Llévame contigo

marzo 04, 2020

– Te necesito aquí, aquí conmigo.

Recordar su respiración entrecortada creó una tensión que era usual entre nosotros. Sabía que no respondería. No lo había hecho desde que se fue. Sin embargo, albergaba una pequeña esperanza de que desde cualquier lugar en el que se encontrase en aquellos momentos, fuese capaz de escucharme.

– Abrázame –le rogué. Los días se hacían pesados. El dolor se impregnaba en mí como un maldito perfume del que uno no puede escapar. Se colaba en mi interior y me corroía por dentro. Me atormentaba, me dejaba claro que una vida sin él, era una vida sin sentido.

Aquel dolor tenía razón. Me costaba respirar, ya no habría más amaneceres que compartir con él.

El mundo que me rodeaba seguía diciéndome que pasase lo que pasase, se encargaría de enseñarme que en la vida se puede estar bien. Pero yo me negaba a creerlo. Me negaba… Y me niego.

También me dijeron que la pérdida concede una satisfacción. Nos enseña cual es la verdad, cual es el sentido que tanto añoramos. Pero, ¿cómo demonios existe ese sentido si ni siquiera sé quién soy? Llegué a amar. Eso es todo lo que sé.

– ¿Volverás?

Unas rosas blancas yacían esparcidas alrededor de la lápida, sedientas y marchitas. Ya no volverían a ver el sol. Ya no volverían a despertar y comenzar un nuevo día con todo lo que ello conlleva. Como él.

Aparté la mirada y busqué algo a lo que aferrarme una vez más. Una vez más, lo único que encontré fue la nada. No sé puede pensar en la nada, lo sé. Pero yo lo hice.

Era la cuarta vez que me despedía de él. Y supe que habría unas cuantas más. Necesitaba ayuda, pero me negaba a aceptarla. Era yo la única que tenía que acarrear aquel desastre, no quería a nadie más involucrado o preocupado por mí. En otros tiempos me habría gustado, pero dadas las circunstancias, ya nada ni nadie importaba.

Me pregunté qué estaría pensando él si las cosas hubiesen salido al contrario. Si fuese él el que estuviera frente a mi lápida, esperando a que algo o alguien consiguiesen despertarlo de un mal sueño. Pero a mí nadie me despertó.

– Tú eres mi única razón de ser. Eres todas mis razones.

Un leve crujido captó mi atención. Una rama acababa de caer al suelo, empujada por el fuerte viento que se acrecentaba por momentos. La oscuridad se cernía sobre nosotros como la más poderosa de todas aquellas… todas aquellas causas y razones que nunca llegaría a entender. La negrura nos engullía a todos los presentes. A él y a mí.

– Llévame contigo, llévame contigo…

Me pareció escuchar aquel susurro por todo el cementerio. Pero yo solo había suspirado.
Cerré los ojos.

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